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ANA DE CASTRO EGAS. "CRONISTA" DEL REY FELIPE III

ANA DE CASTRO EGAS. "CRONISTA" DEL REY FELIPE III

Raíz y Rama,
núm.12. pp.86-98.

Intentar escribir sobre Ana de Castro Egas, es escribir sobre un personaje del que prácticamente no se conoce ninguna información. Ni el propio Eusebio Vasco, en sus noticias biográficas sobre Valdepeñeros Ilustres, nos lo aclara, diciéndonos tan solo de ella que fue una «célebre poetisa y escritora del siglo XVII elogiada por Lope de Vega».
Dando por bueno que nació en Valdepeñas (aunque algún autor sitúa su nacimiento en Granada) dentro del último cuarto del siglo XVI, podemos añadir que posiblemente falleció en Madrid, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida, a mediados del siglo XVII, y que fue autora del libro Eternidad del Rey Don Filipe tercero Nuestro Señor, el Piadoso. Discvrso de su vida y santas costumbres. Al serenissimo Señor el Cardenal Infante su hijo, publicado en Madrid, por la imprenta de la Viuda de Alonso Martín, en 1629.
Y en principio eso es todo lo que se sabe a ciencia cierta sobre Ana de Castro. A partir de aquí todo son preguntas, conjeturas y conclusiones, con respuestas, muchas de ellas, sacadas de su propia obra. Peraita (2005) hace un excelente resumen de todas esas dudas a las que me refiero y que son preguntas que los pocos autores que han escrito sobre ella han intentado responder. Dice que «no se conoce información sobre la condición biográfica ni literaria de esta erudita dama», de la que se desconocen aspectos tan básicos como «quién fue su familia, la extensión de la educación a la que tuvo acceso y de qué recursos económicos dispuso», del mismo modo que tampoco se sabe «si desempeñó algún cargo en la corte, con qué facción cortesana estuvo aliada, si frecuentó algún círculo literario, qué lazos la vincularon a Quevedo, y en especial, cuál fue su relación con el monarca y su hijo el Cardenal Infante, y con su cortesano entourage (1)», y añade: «¿Escribió Ana de Castro otros textos, compuso versos en alguna ocasión o por el contrario, no realizó otra labor literaria, no compuso ningún escrito más?».
Y la verdad es que Peraita no es la única que se hace estas preguntas. Sanz (1961), por ejemplo, ya afirma que «doña Ana debió ser una ilustre dama en la Corte de Felipe III,muy estimada y bien relacionada, distinguida a la vez por su ingenio y por su belleza» y eso viene a cuento de que si no, no se explica como en una «obrilla de 112 páginas en octavo» pueda contener «tantos versos laudatorios en décimas, rimas, octavas y sonetos, ni las prosas de Quevedo, ni las silvas de Mira de Amescua, ni la cita de Lope de Vega en el Laurel de Apolo».
Y para ir desgranando todo este sinfín de incógnitas, lo mejor es que empecemos por el principio, y nos remontemos a los primeros indicios que tenemos sobre su vida.

Los primeros años
Sabemos, porque ella mismo nos lo dice en su obra, que le profesa un gran respeto al Cardenal Infante don Fernando de Austria «desde que le conocí niño». Es decir que si conoció de pequeño al que fue el hijo de Felipe III, nacido en El Escorial en 1609, quiere decir que en la segunda década del siglo XVII, Ana de Castro ya se hallaba en Madrid y muy cerca de la Corte, la cual no abandonaría, ni a la muerte del monarca, ya que Lope de Vega, como veremos más adelante, la sitúa en la Corte (2) de su sucesor, Felipe VI. Una Corte, que no está de más recordar que en 1601 se había trasladado a Valladolid, volviendo luego a Madrid en 1606, y que sería a partir de entonces cuando tendríamos que situar a Ana en esa Corte.
Sería, ésta, una Corte que debería de conocer muy bien, toda vez que, como menciona Ayuso (2014), en su libro Ana de Castro describe la figura del monarca con una gran veracidad, del mismo modo que también lo hace con todas las fechas relativas al monarca, como nacimiento y muerte (falleció en 1621, en el último día de marzo entre las nueve y las diez de la mañana con 43 años bien lúcidos), así como otros números clave, como son la duración de su reinado. especificando años, meses y días (22 años, 6 meses y ocho días), lo que nos demuestra una precisión, o mejor dicho una información, que no estaba al alcance de cualquiera.
Estos datos y el hecho de escribir no una sino varias obras nos da a entender que era una mujer culta que pertenecería a una buena familia, fuera o no de la nobleza. Una familia que se había permitido el lujo de dar a su hija una elevada educación, la cual tenía que haber recibido en su casa, a manos de algún tutor o preceptor, cosa que representaba un gasto considerable para las familias. Una familia, la de Ana, de la que conocemos algunos nombres, ya que dejaron su impronta en forma de poemas en la Eternidad del Rey Don Filipe III. La primera sería su sobrina Catalina del Rio (o sea una hija de un hermano o hermana, pero al tener por apellido Rio sería de una hermana, con lo que se podría decir que su nombre completo sería el de Catalina del Rio y de Castro). Y luego estarían dos primas suyas Clara María y Ana María de Castro, de las que no pone su segundo apellido, pero según diversos los autores, como Navarro (1989) seria de Castro y Andrade.
Un apellido, este último, que pertenecía a la aristocracia nobiliaria gallega, el cual muchas veces se entrecruza con el de Castro y con el del condado de Lemos, como en el caso del VI Conde de Lemos, don Fernando Ruiz de Castro Andrade y Portugal, casado con Catalina de Zúñiga y Sandoval, hermana del I Duque de Lerma, don Francisco de Sandoval y Rojas, válido (3) del Rey Felipe III, y que sería a través de quien Ana de Castro entraría en contacto con el Infante don Fernando.
Visto lo visto, no es de extrañar que Cruz (2018) argumente con la probabilidad de que Ana de Castro Egas proviniese de la nobleza, quizá de la nobleza flamenca o portuguesa, y acaso fuera pariente lejana de los condes de Lemos.

Escritora y poeta
Son diversos los autores que aseguran que escribió más de una obra, lo cual, no deja de ser también una suposición, que parte del hecho de que en los poemas laudatorios de Eternidad del Rey Don Filipe III, algunos de sus autores se referirán a ella como Ana, Ana de Castro o Anarda, dando a entender que Anarda podría ser un seudónimo usado por la autora, aunque no deja de ser una forma familiar de nombrar a las Ana, como ya dejó escrito Miguel de Cervantes (1547-1616) en la segunda parte de su obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1615):

Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora,
por ventura se llamare Ana,
la celebraré debajo del nombre de Anarda
y si Francisca, la llamaré yo Francenía,
y si Lucía, Lucinda.

Aunque de hecho, hemos de tener presente que el nombre Anarda tiene sus raíces en la antigua cultura griega, derivando de la combinación de la palabra: "ana", que significa "de nuevo" o "renacer", y la palabra "arda", que se traduce como "ardiente" o "llama". Así, el nombre Anarda puede interpretarse como "aquel que renace con ardor" o "la llama que vuelve a encenderse". Es decir que también podríamos interpretar el uso de Anarda como un modo de exaltar a una persona.
Sea como fuese, el caso es que en la Eternidad del Rey Don Filipe III su prima Clara Maria de Castro empieza su Madrigal dedicado a Ana con esta frase:

Anarda, con tu aliento,
el consagrado coro de las nueve [...]

y lo termina, diciendo:

¡Vive, oh musa gallarda,
tu propia eternidad, divina Anarda!.

Pero como hemos dicho, son diversos los autores que en sus poemas laudatorios a la obra de Ana de Castro usan el nombre de Anarda. Así lo hacen, a parte de doña Clara Maria de Castro, doña Juana de Luna y Toledo, el Conde de Siruela, don Gaspar Bonifaz, don Gabriel Bocángel y Unzueta, el doctor Juan Pérez de Montalbán, don Francisco de Villalobos y Tapia, doña Justa Sánchez del Castillo, don Luis Alfonso de Ayala, don Francisco de Vivanco y don Jorge de Tovar Valderrama.
Pero no podemos dar por hecho que todos los poemas en los que se refieren a Anarda sean de hecho poemas dedicados a nuestra Ana, ya que como ha quedado dicho, Anarda, ya sea como nombre o como adjetivo, es usado por diferentes autores a lo largo del siglo XVIII y posteriores.
En 1601 el poeta Agustín Collado del Hierro (1582- ) en uno de sus poemas empieza con un «O bellísima Anarda». Félix Lope de Vega (1562-1635), en La Arcadia (1615), hace que la protagonista, Belisarda, descienda de un monte para reunirse con Anfriso, Anarda y Silvio. El mismo Lope hace a Anarda una de las protagonistas de El perro del hortelano (1618). Lo mismo que hace el escritor novohispano Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639) en su comedia Los favores del mundo (1628) que habla de ella en estos términos:

Supe que era el nombre Anarda
Y Girón el apellido.

Por su parte el gran Tirso de Molina (1579-1648), en su novela Cigarrales de Toledo (1635) tiene como protagonista a una tal Anarda que es académica de la Corte. La encontramos también en la composición Anarda Divina de Juan Hidalgo (1614-1685) con letra de Agustín Salazar y Torres (1642-1685):

Anarda divina,
si quieres saber
lo que en mí es amor
y en ti aborrecer,
óyeme y sabrás lo que es.

En la obra Música do Parnado (1705) del brasileño Botelho de Oliveira (1636-1711) que hace de Anarda su amada poética

Quando Anarda me desdenha
afetos de um coração,
é diamante Anarda? não, [...]

Y hacia finales del siglo XVIII, la también escritora novohispana, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), en su poema Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama, menciona a Anarda:

Mandas, Anarda, que sin llanto asista
a ver tus ojos, de lo cual sospecho,

Aunque también es cierto es que el nombre de Anarda no le es ajeno a la propia Ana, ya que ella misma se autodefine con ese seudónimo en dos poemas laudatorios que escribe para sendos autores. Uno de ellos es en la obra del escritor madrileño Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), Sucesso y prodigios de amor en ocho novelas exemplares (1624) en el que se recoge un poema que lleva por título «Anarda al Ldo. Juan Pérez de Montalbán». Un Montalbán que escribirá también en la obra de Ana de Castro, Eternidad del Rey Don Filipe III, por lo que es factible que esa Anarda sea la misma Ana, del mismo modo que podría ser también la Anarda que encontramos en la obra Novela del más desdichado amante y pago que dan mugeres (1641) del escritor Jacinto Abad de Ayala, con un poema titulado «Anarda al autor. En alabanza de haber elegido a don Cristóbal Portocarrero, conde del Montijo, por protector de su obra».
Por lo tanto, si dejamos de lado estos dos últimos poemas, la deducción de que Ana de Castro, usaba también ese seudónimo para firmar otras composiciones, creo que es una afirmación que habría que coger con cautela, ya que, como hemos visto, son diversos los autores que se sirven del Anarda, aunque tampoco podemos obviar el hecho de que con su nombre, son diversos los literatos, que han glosado la figura y la obra de Ana de Castro, por eso tampoco se puede descartar categóricamente que alguno lo hiciera con ese seudónimo.
Un coetáneo suyo, el sevillano fray Alonso de León (c.1580 - c.1645), en la relación de Las fiestas solemnes y grandiosas que hizo la sagrada religión d e N. Señora de la Merced, en este su convento de Madrid, a su glorioso patriarca y primero fundador san Pedro Nolasco (1627) la menciona en estos términos:

[...] exemplo en doña Ana de Castro Egas, cuyo lenguaje castro y culto es exemplar de todos los hombres que más bien escriven en estas edades, buen testigo es su libro de la Eternidad del señor don Felipe tercero, que está en el cielo.

Del mismo modo que también lo hace Lope de Vega, que la denominaba la «nueva Corina (4)», y que en su obra El Laurel de Apolo (1630), la invoca en los siguientes términos:

miró para esta empresa
a doña Ana de Castro, y no la hallaba,
porque en la corte de Felipe (5) estaba.
¡Oh tú, nueva Corina,
que olvidas la del griego Arquelodoro!

La Eternidad del Rey Don Filipe III
Si bien, como afirma David Fraile (2004), en el siglo XVII hubo damas con cierta cultura que escribían y asistían a academias literarias y a salones nobiliarios donde eran las juezas del buen gusto, eran observadas de una manera satírica por algunos de los autores masculinos más afamados de la época aunque éste no es el caso de Ana de Castro, que junto con Lope de Vega fue la promotora de incluir mujeres en los círculos literarios y académicos de la época, ayudada por el Infante don Fernando de Austria, el cual constituyó en su residencia una tertulia literaria o salón en la que participaron también otras escritoras, como Mariana Manuela de Mendoza, Victoria de Leyva, Justa Sánchez del Castillo, su sobrina Catalina del Río o sus primas Clara María de Castro y Andrade y Ana María de Castro y Andrade. No está de más recordar que durante el reinado de Felipe III es cuando la Literatura española del llamado Siglo de Oro del Barroco español tuvo su punto culminante, con escritores como Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Lope de Vega, Miguel de Cervantes y Pedro Calderón de la Barca.
Y posiblemente ese fue el "caldo de cultivo" que condujo a Ana a escribir su libro Eternidad del Rey Don Filipe tercero. Un libro que cuenta con la aprobación del poeta y predicador real, el censor eclesiástico Fray Hortensio Paravicino, y la licencia editorial de don Gabriel de Moncada, uno de los mas famosos cronistas de la época, y en el que un total de 36 plumas, dedican poemas laudatorios a Felipe III y a la propia autora Ana de Castro Egas. Son poemas de alabanza de personajes de la alta nobleza, escritores y personas cercanas al poder político, como Mira de Amescua, Juan de Luna y Toledo, el toledano José Valdivieso, Lope de Vega, el duque de Lerma y con prólogo redactado por Francisco de Quevedo, con el texto titulado Desengaño a las prisiones del sepulcro, mortificación a los blasones de la muerte, desencierro de las clausuras del olvido, quien califica Ana de «inteligencia a nuestro siglo de grande admiración y al sexo de sumo ornamento». Así mismo cuenta con la pluma de mujeres de la época como Mariana Manuel de Mendoza (de la casa de Pastrana), Juana de Luna y Toledo (de la casa de Montesclaros), Victoria de Leiva (de los adelantados de las Islas Canarias), su amiga Justa Sánchez del Castillo, su sobrina Catalina del Río, y sus primas Ana María y Clara María de Castro y Andrade.
Resumiendo, como dice Pérez de Guzmán (1923), en esos poemas «se agotaron todos los nombres literarios más esclarecidos de entonces, así de poetas, grandes, titulados y señores, como de los que se hallaban en la cumbre de la opinión».
El libro vio la luz el 7 de mayo de 1629, y como dice Peraita (2005), ocho años después de la muerte del monarca biografiado y once de la salida de la corte del que era su valedor, el Duque de Lerma, fallecido en 1625. Dos fechas que, de por sí, no tendrían que indicar nada, pero que son la base para plantearnos la pregunta de ¿cuando se escribió realmente el libro?.
Ya hemos dicho que el Duque de Lerma falleció cuatro años antes de la publicación del libro, y ahí sale la primera duda, toda vez que un soneto suyo figura entre los poemas laudatorios que preceden la Eternidad. Es decir que si en efecto contribuyó el duque con una composición, entonces, como se pregunta Peraita (2005) Ana de Castro habría escrito su texto antes de morir el primer Lerma, es decir, no después de mayo de 1625. Aunque cabe la posibilidad que lo escribiera su nieto el segundo duque de Lerma, que tuvo fama de poeta.
Y otro dato significativo. Ana, en su libro, se refiere al futuro Felipe IV, diciendo que es «mozo» y alabándole con éxito en su futuro. Es decir que si nació en 1605 y es mozo ... esta parte del texto, como mínimo, se tuvo que escribir muchos antes de 1629.
Lo que nos lleva a una posible conclusión: que el libro lo escribiera a lo largo de los años y una vez fallecido Felipe III, como una muestra de pleitesía y vasallaje hacia su figura, la propia Corte de Felipe IV o alguien del entorno del Cardenal Infante o él mismo queriendo perpetuar la memoria de su padre (no hemos de olvidar que el libro se lo dedica al serenissimo Señor el Cardenal Infante), financiara la impresión del libro que Ana de Castro había estado escribiendo a lo largo de los años, un hecho del que posiblemente estaría enterado su circulo literario.
Lo que sí es cierto es que su obra no pasó desapercibida, y mucho menos por el hecho de que su autor era una mujer. Y así lo expresó Nicolás Antonio (1617-1684), el cual concibió la idea de formar un índice de todos los escritores españoles desde la época del emperador romano Octavio Augusto hasta su tiempo. Trabajo que vio la luz en dos partes, siendo en la segunda, aparecida en 1672, que tenia por título Bibliotheca Hispana Nova sive Hispanorum qui usquam unquamve, donde hace mención a Ana y su obra con estas palabras: “D. Anna de Castro Egas, raro alias in feminis, non tamen Hispanis, exemplo scriptit: Eternidad del Rey Don Filipe III in 8. Matriti 1629".

A modo de resumen
Después de todo lo expuesto podríamos decir, casi con seguridad, que Ana de Castro Egas, nombre que acompaña al de la Biblioteca Municipal de Valdepeñas, era una mujer culta que pertenecería a una buena familia y que nació en esta población manchega a finales del siglo XVI, trasladándose de muy joven a la capital del reino, donde posiblemente de la mano del Duque de Lerma entró a formar parte de la Corte de Felipe III, y en donde trabó una estrecha amistad con el hijo del monarca, el Infante don Fernando de Austria, al que conoció siendo un niño.
Con los años, formó parte de un estrecho circulo literario, donde conocería a las plumas más afamadas de la época, las cuales se avendrían a escribir sendos poemas laudatorios a su obra Eternidad del Rey Don Filipe tercero, editada en Madrid en 1629. También podemos aventurarnos a decir que con casi toda seguridad escribió dos poemas laudatorios, para acompañar sendas publicaciones de dos escritores coetáneos de Ana. Y poca cosa más se puede añadir, a no ser que también formó parte de la Corte de Felipe IV, un hecho refrendado por Lope de Vega, y que posiblemente murió en Madrid.

1. Séquito
2. La Corte era un grupo de personas, no necesariamente de la familia, que acompañan habitualmente al rey, siendo, de hecho, una extensión de la "familia", en este caso, del Rey.
3. Los validos eran personajes, miembros de la aristocracia, en los que el rey depositaba su total confianza. El monarca se desentendía de las labores de gobierno y el valido tomaba las principales decisiones.
4. Lope la compara con la poeta griega Corina de Tanagra, de la que se dice que compitió con Píndaro en los concursos de odas, para acontecimientos atléticos, y ganó siete veces.
5. Se refiere a Felipe IV

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